Andrés Gómez Vela
A pocos pasos del Palacio Legislativo, Juana Balcazar, una trinitaria simpatiquísima de mejillas rosadas que vive desde hace 12 años en La Paz, dialoga con Javier Mamani, un paceño con facciones aymaras marcadas. “Ellos (se refiere a los marchistas) son las personas más tranquilas que conozco, nunca hacen daño a nadie, no son malos, no conocen la maldad; y el Evo (Morales) quería que odiemos a nuestros hermanos, pero falló, los queremos mucho más”, le comenta Juana a Javier. “Yo soy chofer de la Flota Vaca Diez y vi cómo los maltrataron en Yucumo, no les dejaron tomar agua ni acercarse al río; lo mismo hicieron con los pasajeros de mi bus; los colonizadores nos dijeron que íbamos a pagar con nuestras vidas si desbloqueábamos y no nos dejaron entrar al río”, responde Javier. Son esas charlas donde la gente se conoce a partir de pensamientos y sentimientos comunes.
“Hermanos, hermanas, los amamos como a la misma Pachamama”, grita de entre las filas una mujer de cabellos largos encrespados con dos corazones rojo, amarillo y verde pintados en sus mejillas blancas como la leche. Suma su voz Delia Burgoa, una pequeña cincuentona: “no lloren niños, qué lindas wawuas, les queremos mucho”; y les echa flores de dalia, rosas y hortensias. “TIPNIS SÍ, Coca NO; TIPNIS SÍ, Evo NO”, corea la multitud como para que escuche el Presidente de las Seis Federaciones de Cocaleros del Chapare y, a la vez, Presidente del Estado Plurinacional, quien a esa hora de la tarde (15.00) ya se había ido a 500 kilómetros de Palacio de Gobierno, Cochabamba a entregar una obra, dijeron. Será que por esta razón a eso de las 17 horas Fernando Vargas, presidente de la Subcentral TIPNIS, tronó y dijo que “a Evo Morales le vale un carajo la marcha”.
¿Cuánta gente calculas? Apuestan dos adolescentes que llevan como turbantes una bandera blanca con la flor de patujú en el medio. “¿Un millón?” “Nooooo”. ¿Mucho? “Digamos se acerca al millón si contamos a la gente que aplaudió a la marcha desde el lugar que partió (Urujara)”, tantea el más delgado. “Caliente, caliente”, dice el muchacho de espesas cejas que tiene los pantalones algo caídos de la cintura a los gluteos.
Cecilia Juata, una niña de menos de 10 años del TIPNIS, oye gritar, aplaudir y arengar a la gente desde un bus de una institución estatal, con un helado en mano y tal vez sin saber que la marcha que también protagonizó ella cambiará la historia del país. Ante su mirada curiosa cruza un grupo de jóvenes con un pasacalle que tiene la imagen de un Tupac Katari a punto de ser descuartizado, esta vez, por cuatro tractores y ya no por caballos.
“Nunca había visto tanta gente en tantos años de trabajo”, coinciden los periodistas que narran cada detalle de la llegada de los marchistas a través de radios, canales de televisión y los novedosos (y peligrosos, diría el gobierno) Twitter y Facebook, donde una persona es mensaje y medio a la vez. “Date cuenta Evo, cuidado luego te arrepientas”, grita una mujer a través de la radio. Casi en tiempo real esa frase ya está circulando en las redes sociales. Tal es la agilidad informativa en el mundo virtual que mientras escribo esta crónica (18.45), la periodista Mery Vaca informa en su cuenta de twitter: “Poco a poco van llegando todos los indígenas y se sientan en media Plaza Murillo”. Definitivamente, las marchas y los movimientos sociales en tiempo de la aldea global tienen la realidad del mundo al instante, pero en serio.
Menos mal que los periodistas todavía tenemos la magia del Dios Cronos para congelar los tiempos en este mundo virtual y contarles que entre las 08.00 y 16.00, tres horas antes de la toma pacífica de la Plaza Murillo, miles de personas entrelazaron sus manos morenas, blancas, dedos con callos, delgados, regordetes, enmorcillados, finos, pequeños, largos para hacer una cadena humana de bienvenida; chicas de los barrios chic, birlochas, chotas, cholas, (dirían las Mujeres Creando); mujeres de las laderas, pitucas, sencillas, obreras, gremiales, profesionales, hipócritas, curiosas; hombres jubilados del racismo o ex racistas, consecuentes, luchadores de siempre, defensores de derechos humanos, falsos, caretas y políticos de quinta se agolparon a aplaudir a los indígenas que defienden el TIPNIS como hijos de la Madre Tierra.
“Son nuestros héroes”, exclama un joven de 30 años de cabellos ralos casi color zanahoria apostado cerca del mercado Camacho. “Con ellos (marchistas) hemos recuperado la dignidad, son valientes, cuidan el paraíso de la vida”, asegura Brenda Velarde, una mujer de aproximadamente 35 años, gafas oscuras y cabellos negros recogidos.
“¿Vienes obligado o libremente?”, se preguntan medio en serio, medio en broma dos empleados públicos ubicados cerca del Banco Central. “Vengo gratis y aplaudo porque quiero, no porque me obligan”, responde uno de ellos haciendo un gesto que denota seriedad. “Nadie nos obliga, carajo, no tenemos fichas, carajo”, corea la cadena humana que acompaña a la marcha en su ingreso al Kilómetro Cero.
¿Cuándo se volcó el corazón de gran parte de los paceños? ¿Por qué ya no quieren a Evo Morales? No sé. La única certeza que tengo es que son los mismos paceños que hoy corean: “TIPNIS Sí, Evo, No”, aclamaban ayer a Evo. Ya están en La Paz los marchistas, ¿Qué viene ahora? La negociación con el gobierno. “Hermanos, no nos dejen solos”, dice Adolfo Chávez, principal dirigente de la CIDOB. “No están solos, carajo, no están solos, carajo”, responde la multitud.
Erbol
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